LA “POLÍTICA REALITY SHOW”

Carlos Salinas se equivocó: no se trata de la “política ficción”, sino de la “política reality show”, la “política farándula”.

Ahora, más que nunca, en la era de los “reality shows”, ser político no parece tener nada que ver con ser un servidor público eficiente sino más bien con ser una figura popular entre las masas.

Qué importa conocer las leyes y respetarlas, qué importa dar resultados, cuando lo que verdaderamente cuenta es retratar bien ante la cámara, salir en las revistas de sociales o ser lo más visto en Youtube.

Quizás siguiendo el ejemplo de varias figuras de la “farándula” cuyos escándalos saturan nuestras pantallas y diarios para seguir la máxima de “no importa que hablen de ti, el chiste es que hablen”, un parte de la clase política mexicana ha comenzado a seguir el ejemplo de que lo que más vale es el “rating”, no la “calidad” del trabajo.

Eso debe pensar al menos el Alcalde panista de San Pedro Garza García, Nuevo León, Mauricio Fernández, que tras escandalizar al país hace unas semanas por anunciar el asesinato de un secuestrador incluso antes de que, en efecto, se encontrara el cadáver, ahora afirmó que está interesado en buscar la Presidencia del país en el 2012.

Lo más interesante es el argumento que Fernández utiliza para expresar que podría ser un candidato a la máxima responsabilidad política del país: simple y sencillamente, la “notoriedad”.

“Sé que en buscadores de internet como Google o Yahoo traigo como siete millones de búsquedas, y por decirte, sé que López Obrador trae dos millones y pico, que Peña Nieto dos millones y pico, y Juanito otro tanto, Beatriz Paredes otro tanto” (Milenio Diario, 30 de enero), afirmó Fernández sobre su supuesta popularidad en la Red.

Otro ejemplo y también de esta semana es el del Diputado Federal del PRD, Ariel Gómez, quien se hizo también famoso a nivel nacional por hacer declaraciones racistas en el programa de radio que, por alguna razón alguien, le dio en su estado, Chiapas.

Recriminado de inmediato por sus propios compañeros de emisión sobre lo que pensaría la audiencia luego de que realizara comentarios de mal gusto contra los damnificados del temblor del Haití, el legislador se rió y dejó en claro su estrategia:

“Les digo una cosa: a mí me vale que no me quieran algunos, pero yo no quiero que me quieran, yo quiero que me oigan, el negocio de esta radio no es que me quieran, es que me escuchen y si eso es le causó “encabronamiento”, me vale guango” (Reforma, 29 de enero).

Y así. Eso parece ser todo hoy en la política: ser conocido, estar en los medios, que la gente conozca tu nombre. Punto.

Eso debe haber pensado Juanito, ese personaje de la política que nos endilgó Andrés Manuel López Obrador, cuando, como Mauricio Fernández en el Municipio más rico del país, pensó, pero desde la Delegación más pobre del Distrito Federal, que su creciente notoriedad le podría llevar también a Los Pinos.

“Yo voy a competir en 2012 y que gane el mejor. Andrés Manuel ahora sí no se la va a creer, lo puede checar en todos los medios, en todos los periódicos, en todas las televisoras, incluso a nivel nacional, mi popularidad está creciendo” (La Razón, 25 de agosto), afirmaba el activista del PT en su momento de mayor “rating”.

“Es que salgo mucho en la tele” parecía pensar Rafael Acosta (el hombre detrás del personaje de Juanito). Y tal vez algo muy similar debe haber pensado alguien del Partido Social Demócrata cuando en las elecciones pasadas ese partido quiso hacer de Silvia Irabien, “La chiva” una candidata a Diputada.

Y no es que Irabien no tenga derecho, como cualquier mexicana o mexicano, a ser candidata de elección popular, es que sus habilidades o conocimientos para el servicio público, si es que los tiene, son virtualmente desconocidos a nivel masivo.

En contraste, lo que se conoce de ella en la opinión pública es que se besa en revistas con otras mujeres de la farándula, que apareció en el reality show de Televisa “Big Brother”, y claro, ahora, que es el papá de su hija es el hombre que intentó asesinar al futbolista Salvador Cabañas.

Pero bueno. Es que, hay que decirlo, los televidentes, ejem, perdón, los ciudadanos, también tenemos la culpa de esta situación por estar acostumbrados a esa relación paternalista de la televisión y los medios con su público en donde todo lo que nos den, nos lo “comemos”, sin preguntar o criticar.

La tendencia en la televisión moderna occidental son precisamente los “reality shows”, definidos como los programas en donde supuestamente se muestra a “personas reales” en contraposición con las clásicas emisiones de ficción donde se ve lo que ocurre lógicamente a “personajes ficticios”.

Es decir, la televisión de hoy se basa en ver las aventuras, desgracias, errores, vergüenzas de otros seres humanos como nosotros.

Los protagonistas más exitosos de los reality shows son frecuentemente lo más llamativos, los más notorios, sin importar si son los mejores.

Y sin embargo, esas personas, cuya “realidad” todos conocemos, salen del foro de televisión y se hacen “personalidades” instantáneas.

A diferencia de los “artistas” de antes, que eran reconocidos por su talento para el canto, la actuación o alguna habilidad estética, la fama moderna consiste en ser famoso únicamente por aparecer. “Esa persona es famosa porque es importante, y es famosa porque es importante”. Así, tal cual.

Quizás, por esa facilidad, Televisa parece haber decidido crear su propio “reality show” para llevar a la Presidencia a su propio candidato: el Gobernador Enrique Peña Nieto, a quien, muy probablemente, pronto veremos casarse con su coprotagonista “La Gaviota”, faltaba más.

Claro, la historia de Peña Nieto que nos quieren vender parece más telenovela (es lógicamente el sello de la casa productora) pero al final, sigue siendo un “reality show”.

Como televidentes, vale la pena recordar que la mayoría de los “reality shows” son al final un engaño, y no son tan “reales” como dicen, sino más bien siguen también un guión preparado para ganar “rating” y en donde invariablemente quienes más ganan son los “creadores detrás de cámaras”.

Y como ciudadanos también vale la pena recordar que los servidores públicos están para eso, para servirnos ellos a nosotros y que debemos elegir al mejor. Debemos recordar que a un artista le pedimos autógrafos, de un cirquero nos asombramos, de un patiño nos reímos: pero a un gobernante, le exigimos cuentas. Y son cosas, muy, muy distintas.

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